¡VOLVÉ FLACO!
Nelson Osorio[1]
JAIME BATEMAN CAYÓN
(El Flaco y/o Pablo)
Donde estés (Otra parte, Más allá, Eternidad del infinito, Más acá)
Tenés razón Flaco. Las cosas se cambian actuando en grande, protagonizando barro y cosmos a cada paso. Con intrepidez, afecto y magia. Por eso dijiste aquella noche cuando, cuchara en mano y con la olla en la otra, devorabas el cucayo del arroz: “Si Bolívar hubiera aspirado únicamente a la Presidencia, máximo hubiera alcanzado la alcaldía de Santa Marta… Y eso”.
Chamán antes que revolucionario acartonado y temeroso del tramo siguiente, domador lúcido de tornados políticos y prestidigitador de sueños descomunales, dejabas la teoría para irla sembrando por el camino. Si en el momento la ruta no estaba del todo delineada, peor para la teoría porque, según vos, siempre tiene que existir la posibilidad de realizar algo con pasión desbordada, con imaginación a borbotones, sin menudencias en descomposición ni zancadillas de penumbra.
Colombia aquí y ahora
Por ello te hiciste blindar la vida con una pócima eterna de alegría, de Mar Caribe rumoroso y traga eses, de recovecos citadinos y laderas andinas. Y cuando fuiste expulsado de las FARC, ya venías calentando en tu magín un volcán diferente y tumultoso, desabrochado y fértil, con el cráter abierto a todo aquel o aquella que no estuviese perdidamente cuadriculado. Y a medida que fueron saliendo de la guerrilla por expulsión o deserción Álvaro Fayad, Iván Marino Ospina y Carlos Pizarro, te apoyaste en su incandescencia estelar para redondear el germen de su itinerario, que sumó en su cartografía el anhelo de alguna gente de la ANAPO, el amasijo de voluntades de varios descarrilados con la fatiga de izquierda “marxista-leninista” y la frescura irreverente de otros aún contagiados por grupos o partidos. Así se perfiló un no sabíamos bien qué en un sí sabíamos dónde y cuándo: Colombia aquí y ahora, guiados por tu atinado desparpajo de camisa guayabera que impulsó el compañerismo transparente y desterró la militancia sordomuda, el temor reverencial y la obsecuencia mediocre. La libertad de disentir fue la bandera, y la capacidad de proponer fue el viento que la mantendría ondeando con fogosidad.
Luego… ¿te acordás?... con una tarjeta Diners, una campaña publicitaria en los periódicos de los dueños del ombligo del país y un nombre que Fayad entresacó de la fecha cuando le burlaron las elecciones debía retornar a su sitio con el pueblo en el poder. Fue un maravilloso comienzo de este bello lío llamado porvenir.
El júbilo de ser amigos
Pero Flaco, para qué recontar lo que te sabés de memoria. Mejor decirte que tus hijas están hermosas. Natalia de Universitaria (en Quito, hace unos años entonó en su flauta el “Himno de la Alegría” en tu homenaje) y Catalina, colmando de regocijo sus catorce años. Ambas son muy vos, cada una a su modo. Porque en eso sí que eras rotundo: en cuidar que a cada quien lo dejaran con su manera de ser, con sus raíces y valores, respondiendo por aquello que supiera hacer mejor. “Solo así las cosas salen bien, cuando una las siente como parte propia y no como un implante”, decías, y seguíamos añadiéndole vallenato (propusiste que “La Ley del Embudo” fuese el himno del Eme), Sonora Matancera (de Daniel Santos preferías “El Anacobero”) y Whisky Sello Rojo al “Risk” (ese jueguito marca Parker traído por México, que consistía en tomarse con soldados, tanques y aviones las posiciones del enemigo… o pactar la paz, si las condiciones eran favorables). Noches de diálogos humeantes con florecimiento de fantasías en medio del único mandamiento que debía ser respetado con fe de carbonero mayor: el júbilo de ser amigos y poder estar juntos. Desenguayabes domingueros con fritanga (y arroz, mucho arroz blanco o de coco para vos) y como remate, una rica película de humor, pues “yo no le jalo a los Bergman que no hacen más que retorcerle el cráneo a uno”.
Hasta en la forma de tejer ti clandestinidad fuiste informal sin llegar a fantoche. En la Tribuna occidental del “El Campín” con un lleno memorable (era una final América-Millos, creo, y vos gritabas animando a los Diablos Rojos), me dijiste con esa seguridad que nace de la picardía entreverada con la certeza: “La mejor forma de guardarse es dejarse ver. A mi me paran a cada rato y me dicen que me parezco mucho a Jaime Bateman”. La verdad, Flaco, es que nunca te agarraron a pesar de las redadas que te preparaban como con agujas de acupuntura. Ni cuando el “Picotazo” pudieron con vos.
Esa Avioneta de mierda
Pero te tenías que subir a esa avioneta de mierda. Íntimamente siempre he creído que vos sabías, presentías. Porque muy pocos días antes te había dado por recorrer sitios y amigos que hacía tiempo no veías. Inclusive pediste hablar hasta con compañeros de bachillerato del Celedón de Santa Marta.
Nelson Osorio[1]
JAIME BATEMAN CAYÓN
(El Flaco y/o Pablo)
Donde estés (Otra parte, Más allá, Eternidad del infinito, Más acá)
Tenés razón Flaco. Las cosas se cambian actuando en grande, protagonizando barro y cosmos a cada paso. Con intrepidez, afecto y magia. Por eso dijiste aquella noche cuando, cuchara en mano y con la olla en la otra, devorabas el cucayo del arroz: “Si Bolívar hubiera aspirado únicamente a la Presidencia, máximo hubiera alcanzado la alcaldía de Santa Marta… Y eso”.
Chamán antes que revolucionario acartonado y temeroso del tramo siguiente, domador lúcido de tornados políticos y prestidigitador de sueños descomunales, dejabas la teoría para irla sembrando por el camino. Si en el momento la ruta no estaba del todo delineada, peor para la teoría porque, según vos, siempre tiene que existir la posibilidad de realizar algo con pasión desbordada, con imaginación a borbotones, sin menudencias en descomposición ni zancadillas de penumbra.
Colombia aquí y ahora
Por ello te hiciste blindar la vida con una pócima eterna de alegría, de Mar Caribe rumoroso y traga eses, de recovecos citadinos y laderas andinas. Y cuando fuiste expulsado de las FARC, ya venías calentando en tu magín un volcán diferente y tumultoso, desabrochado y fértil, con el cráter abierto a todo aquel o aquella que no estuviese perdidamente cuadriculado. Y a medida que fueron saliendo de la guerrilla por expulsión o deserción Álvaro Fayad, Iván Marino Ospina y Carlos Pizarro, te apoyaste en su incandescencia estelar para redondear el germen de su itinerario, que sumó en su cartografía el anhelo de alguna gente de la ANAPO, el amasijo de voluntades de varios descarrilados con la fatiga de izquierda “marxista-leninista” y la frescura irreverente de otros aún contagiados por grupos o partidos. Así se perfiló un no sabíamos bien qué en un sí sabíamos dónde y cuándo: Colombia aquí y ahora, guiados por tu atinado desparpajo de camisa guayabera que impulsó el compañerismo transparente y desterró la militancia sordomuda, el temor reverencial y la obsecuencia mediocre. La libertad de disentir fue la bandera, y la capacidad de proponer fue el viento que la mantendría ondeando con fogosidad.
Luego… ¿te acordás?... con una tarjeta Diners, una campaña publicitaria en los periódicos de los dueños del ombligo del país y un nombre que Fayad entresacó de la fecha cuando le burlaron las elecciones debía retornar a su sitio con el pueblo en el poder. Fue un maravilloso comienzo de este bello lío llamado porvenir.
El júbilo de ser amigos
Pero Flaco, para qué recontar lo que te sabés de memoria. Mejor decirte que tus hijas están hermosas. Natalia de Universitaria (en Quito, hace unos años entonó en su flauta el “Himno de la Alegría” en tu homenaje) y Catalina, colmando de regocijo sus catorce años. Ambas son muy vos, cada una a su modo. Porque en eso sí que eras rotundo: en cuidar que a cada quien lo dejaran con su manera de ser, con sus raíces y valores, respondiendo por aquello que supiera hacer mejor. “Solo así las cosas salen bien, cuando una las siente como parte propia y no como un implante”, decías, y seguíamos añadiéndole vallenato (propusiste que “La Ley del Embudo” fuese el himno del Eme), Sonora Matancera (de Daniel Santos preferías “El Anacobero”) y Whisky Sello Rojo al “Risk” (ese jueguito marca Parker traído por México, que consistía en tomarse con soldados, tanques y aviones las posiciones del enemigo… o pactar la paz, si las condiciones eran favorables). Noches de diálogos humeantes con florecimiento de fantasías en medio del único mandamiento que debía ser respetado con fe de carbonero mayor: el júbilo de ser amigos y poder estar juntos. Desenguayabes domingueros con fritanga (y arroz, mucho arroz blanco o de coco para vos) y como remate, una rica película de humor, pues “yo no le jalo a los Bergman que no hacen más que retorcerle el cráneo a uno”.
Hasta en la forma de tejer ti clandestinidad fuiste informal sin llegar a fantoche. En la Tribuna occidental del “El Campín” con un lleno memorable (era una final América-Millos, creo, y vos gritabas animando a los Diablos Rojos), me dijiste con esa seguridad que nace de la picardía entreverada con la certeza: “La mejor forma de guardarse es dejarse ver. A mi me paran a cada rato y me dicen que me parezco mucho a Jaime Bateman”. La verdad, Flaco, es que nunca te agarraron a pesar de las redadas que te preparaban como con agujas de acupuntura. Ni cuando el “Picotazo” pudieron con vos.
Esa Avioneta de mierda
Pero te tenías que subir a esa avioneta de mierda. Íntimamente siempre he creído que vos sabías, presentías. Porque muy pocos días antes te había dado por recorrer sitios y amigos que hacía tiempo no veías. Inclusive pediste hablar hasta con compañeros de bachillerato del Celedón de Santa Marta.
Álvaro Fayad contó que hacía apenas dos semanas habían ido juntos a un cine en Panamá… y que por primera vez en la vida vos habías hablado de la muerte. Y te trepaste en esa avioneta, Flaco. Y después Iván Marino al techo de la casa en Cali. Y luego Álvaro a la sala de un apartamento en Bogotá. Y posteriormente Carlos a un avión rumbo a tu Costa. Y todavía no regresan. ¿Qué carajos pasa con ustedes que llevan tanto tiempo ausentes? ¿No saben que al país se lo está llevando el putas? Lo andan subastando a oscuras y a parcelas como el Patriarca de Gabo loteaba el mar, mientras en el escenario de la orilla aplaude una bien montada coreografía de comisionistas sin hígados, o brotan anémicas protestas –le del Eme entre ellas- que son asfixiadas por el ronquido de las olas del aparato oficial y lapidadas por esa esquizofrenia de querer repicar y andar en la procesión. Nada que soltamos la tajadita de ponqué que nos arrojaron desde la mesa los amos del festín.
Empaquen huracanes y regresen
Volvé Flaco. Y que Álvaro, Iván Marino y Carlos empaquen huracanes y regresen. El multitudinario y fulgurante carnaval que pretendieron para danzar con una revolución querida y nuestra, se asemeja hoy a unas empanadas bailables aliñadas con permiso del patrón. La Paz que parieron para agigantarnos nos está enanizando, nos está volviendo ajenos: en lugar de izarla como la más deslumbrante y colosal de las conquistas, tomamos el atajo del mendrugo, el pequeño apetito personal y la intransigencia caudillista, perdiendo la sintonía con un país que esperaba tanto de la magia del Eme. Por fortuna vos, Flaco, pregonabas con insistencia: “Mientras haya un eme, el proyecto se salva”. Y en muchos compas todavía no medran la insignificancia ni la inmediatez, como tampoco la nostalgia ha logrado cariar su tizón de tercos soñadores.
Volvé Flaco. Vuelvan, así sea a través de otros: toda la vida es tiempo de cambiar los tiempos.
Con mi abrazo sideral, Nelson.
[1] Poeta, publicista, fundador del M-19. En: ARIZA, Patricia y otras. BATEMAN. Editorial Planeta. Bogotá. Año 1992. P. 171
uyyyyyyyyy una chimba bro!
ResponderEliminarsegui asi...
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