La Chiqui De Carne Y Hueso
Una guerrilla victoriosa, con una publicidad audaz y de gran eficacia, la deslumbró. Carmenza Cardona Londoño entró al M19 a finales de los 70. Y llegó a convertirse en la guerrillera más famosa. Su fama, a raíz de la toma de la embajada dominicana por ese grupo, traspasó las fronteras del país.
Sin embargo, contrariando pronósticos, su historia no es una gesta heroica.
Carmenza Cardona Londoño, la Chiqui , nació en Cartago (Valle del Cauca) el 15 de julio de 1953. Su padre era carpintero y su madre forraba botones, criaba pollos y vendía helados para ayudar al sostenimiento de la familia. Por las actividades de sus padres eran muy populares y ahora lo siguen siendo por cuenta de la Chiqui .
A los siete años, mientras se columpiaba, se cayó y se lesionó el coxis. A pesar de haberse sometido a cuatro penosas operaciones, con largas convalecencias, nunca logró curarse. Los dolores reaparecían cada vez que abusaba de las actividades físicas. Tal vez por eso privilegió el canto, la música y la actuación mientras sus amigas bailaban, nadaban o corrían. Y seguramente por esa limitación física se hizo una mujer que estaba dispuesta siempre a ayudar a los demás y a ganarse la voluntad ajena a punta de detalles y de ser querida.
A pesar de su baja estatura, 1,55 metros, no pasaba desapercibida. En su rostro sobresalían unos grandes ojos negros y una cejas pobladas, también muy negras, que la hacían inconfundible.
A pesar que, durante toda la negociación, salía con capucha, su familia y sus paisanos siempre supieron que la negociadora del M19 no podía ser otra que la Chiqui . Lejos estaban los días en que seducida por la fama y recién salida del colegio, quiso probar fortuna como actriz. Una amiga la convenció de que se hiciera unas fotos desnuda y las enviara a Cali. Ella las envió, pero nunca le respondieron. Un año después de su muerte, estas fotos se publicaron en la revista Cromos, en una crónica que, sobre su vida, escribió la periodista Ligia Riveros.
De maestra a guerrillera Comenzó varias carreras, entre ellas antropología, pero no terminó ninguna. Así como no se podía estar quieta, tampoco se podía concentrar. Mientras probaba profesiones trabajó como maestra en el Valle. Ahí conoció a Rosemberg Pabón, vallecaucano y maestro como ella. Y ahí comenzó su militancia en la guerrilla.
Era el final de década de los 70. El M19, en una acción sin antecedentes, asaltó las instalaciones militares del Cantón del Norte en Bogotá y le robó al Ejercito de cinco mil armas. Esta acción desató la más encarnizada persecución contra miembros y auxiliadores.
En el primer mes de los años 80 la mitad de los integrantes del M19 fue detenido. En la Séptima Conferencia, reunida por ese motivo, Jaime Bateman Cayón, comisionó a uno de sus estrategas la realización de un operativo para obligar a que el Gobierno liberara a sus compañeros encarcelados y de paso a unos doscientos cincuenta presos políticos más, de otras organizaciones.
Los comandantes regionales presentaron a sus mejores hombres y mujeres.
Luis Otero, quien planearía años después el asalto al Palacio de Justicia, propuso la toma de una sede diplomática, siguiendo el modelo del asalto de la casa del adinerado nicaraguense José María Castillo que realizó el Frente Sandinista de Liberación Nacional, en Managua, en diciembre de 1974.
La Chiqui resultó convocada por Pabón, quien comandó la acción bajo el nombre del Comandante Uno. Los dos vivían un romance.
Luis Otero se refirió a ella, en el libro Las Guerras de la Paz, de Olga Behar, así:
Era una mujer muy decidida para todo y además muy solidaria y le ayudaba a todo el mundo; era como una pirinola. Se movía para todos lados, no podía estarse quieta. Uno se sentía seguro con la Chiqui en cualquier operación en la que ella participara; a veces actuaba como si el combate la cegara .
Por eso entrenaba todos los días hasta que las fuerzas no le daban más. Le pedía a su columna que le permitiera, por primera vez, resistir al esfuerzo físico, tener agilidad y lograr rapidez. Sin embargo, para ninguno era un secreto su regular estado físico. Por eso, Luis Otero consiguió un chaleco antibalas y en el momento de hacer entrega de las sudaderas, las tulas y los balones, se lo entregó.
A regañadientes lo aceptó porque consideraba que se iba a ver muy gorda y sobre todo, que el peso le quitaría agilidad. El chaleco le salvaría la vida.
Amor y guerra De los 16 guerrilleros, tres eran parejas y otros dos se enamoraron en la Embajada. A los dos días del asalto, el Gobierno aceptó negociar. Cuando el Comandante Uno designó a la Chiqui como negociadora, pocos cuestionaron el nombramiento porque ella se destacaba por su posición radical y por su excelente capacidad de comunicación.
Sin embargo, los más suspicaces consideraron este nombramiento como vulgar nepotismo y con el paso de los días aseguraban que a los dos comandantes se les había subido los humos .
Nos debatíamos entre el odio y el amor hacia la Chiqui , relata en su libro Escrito para no morir la antropóloga María Eugenia Vásquez, y agrega que siempre fue mal visto que ellos dos pudieran dormir juntos mientras las otras parejas no gozaban de ese privilegio, o que siempre tuvieran en su mesa de noche mermelada y botella de vino.
La Chiqui , sin embargo, no desperdiciaba la ocasión para hacer proselitismo entre sus compañeros y con los rehenes. Siempre tuvo la frase apropiada para superar los debates internos, o un gesto de cariño para el que lo necesitaba o algún detalle especial para alguno de sus compañeros o para algún rehén que caía en la tristeza y en la melancolía.
Los embajadores de Venezuela y de México hicieron pública su preferencia hacia ella en diversas ocasiones. Con el Embajador de México se llegó a rumorar que vivía un romance. A él siempre se le vio calmándola cuando se salía de sus casillas ante la lentitud de las negociaciones y por su radicalismo.
Durante esos 56 días la Chiqui acaparó la atención nacional y mundial. Era ella la que atendía a los periodistas que se apostaron frente a la Embajada, en la que se conoció con el nombre de Villa Chiva y fue ella junto con Rosemberg, quienes se robaron el show a su llegada a Cuba. La Chiqui se puso frente a los micrófonos, que le pusieron periodistas del mundo entero, y habló durante 15 minutos con vehemencia sobre la situación del país.
Viuda de un vivo
Cuando Fidel Castro visitó al grupo, se detuvo a conversar con la Chiqui y después de asombrarse porque en persona era mucho más pequeña de lo que se veía en las fotos le auguró éxito en su futuro como revolucionaria. El Comandante se equivocó.
Una vez en Cuba, la Chiqui rompió su relación con Rosemberg porque se enamoró de otro guerrillero. Sus superiores le pidieron que no hiciera público su romance y que guardara viudez por un tiempo, en atención a que el novio seguía enamorado de ella.
Desatendió la orden: no aceptó ser viuda de un vivo y vivió su nuevo amor de cara al malecón y a la luz del sol caribeño. Por esta desobediencia fue relevada de su posición y se le impidió opinar en las reuniones.
Así comenzaron sus desgracias. La lesión en la espalda reapareció. Los médicos le dictaminaron una nueva operación a la que se negó. Al regresar al país, solicitó que la dejaran ir al Salvador, pero su petición no fue atendida. La enviaron a pelear al Chocó.
Ella y la mayoría de los de su grupo fueron abatidos por el Ejército, en duros combates en medio de la selva. De su muerte pocos se enteraron, salvo un homenaje que le hizo Eduardo Caballero Calderón, en una columna que tituló Réquiem por La Chiqui . Su fuerza de carácter y su calidez fueron claves para el éxito de la negociación.
Sin embargo, han tenido que pasar dos décadas para que se le otorgue a Carmenza Cardona Londoño su lugar en ese trozo de historia nacional.
Saben donde pueda conseguir el texto de Eduardo Caballero Calderón a proposito de la chiqui?
ResponderEliminar¡Sí es una gesta heroica, carajo!
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